Sin escapatoria

La besé por última vez
y encogiéndome de hombros
le dije "se acabó".
Me subí los cuellos del abrigo,
encendí un cigarrillo,
y me alejé con la firme promesa
de no volver nunca más.
Y al doblar la esquina,
allí estaba ella de nuevo,
con su sonrisa burlona,
siempre ella,
la puta soledad.



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